SACRIFICIO DE ISAAC DEL RETABLO DE SAN BENITO DE VALLADOLID
El sacrificio de Isaac es una obra escultórica realizada en
madera policromada por el artista palentino Alonso Berruguete en 1526 para el
retablo del Convento de San Benito en Valladolid.
Alonso Berruguete provenía de una familia de artistas, su
padre Pedro Berruguete había sido un afamado pintor y su hijo se formó como
escultor y pintor en el taller familiar; allí entró en contacto con numerosos
artistas españoles y en 1507 decidió viajar a Italia con fin de continuar su
formación. A su vuelta a España el artista realizó algunos trabajos importantes
y en 1523 decidió fijar su residencia y taller en Valladolid donde trabajó el
resto de su vida siendo una de las figuras artísticas más importantes del
Renacimiento español.
El sacrificio de Isaac era parte de un retablo escultórico
en el que el artista trabajó desde 1526 hasta 1532, de hecho esta fue una de
las primeras obras que Berruguete esculpió al instalarse en Valladolid. Junto
con esta obra el artista planteó otras esculturas como el Martirio de San
Sebastián (asaeteado; se ven los agujeros de las flechas) que, además de tener una clara intención didáctica, han hecho del
retablo una de las piezas más excepcionales de este periodo.
La escultura representa a Abraham que está apunto de
sacrificar a su amado hijo Isaac por mandato divino. El padre está de pies con
una pierna adelantada y sujeta por el pelo a su hijo que está agachado y con
una rodilla hincada en el suelo. Berruguete opta por el momento de máxima
tensión justo cuando el padre está apunto de quitarle la vida a su hijo, ningún
elemento hace referencia al ángel enviado por Yahvé para detenerlo en su
propósito. Así las imágenes de padre e hijo tienen una fuerza y carga expresiva
inigualables.
Resulta evidente la asimilación de las formas clasicistas e
italianizantes en la composición escultórica aunque más que una asimilación se
debería hablar de una reinterpretación personal del artista. Las formas son
claramente manieristas, el grupo escultórica hace gala de esa refinada forma
serpentinata que le permite la elevación en espiral de todo el conjunto. Parece
indudable que la obra de Berruguete tiene ecos de la obra realizada por
Donatello con la misma temática, no obstante las figuras del español adquieren
una mayor fuerza y expresividad influenciadas quizás por el descubrimiento en
aquella época del grupo escultórico helenístico del Laocoonte.
Sacrificio de Isaac de Donatello
Pincha aquí para ver las dos obras comparadas
Es precisamente ese dramatismo al que el artista da
preminencia en detrimento de las formas anatómicas realistas. Esto se ve, si cabe, más claramente en el San Sebastián, cuyo cuerpo contorsionado se encuentra más libre de vestimenta.
Los personajes ataviados con ligeras prendas decoradas por la técnica del dorado muestran gran parte de su cuerpo desnudo donde el artista plasma un perfectísimo encarnado de gran naturalidad, el canon es alargado propio del manierismo y los rostros se tuercen en muecas de terror en Isaac y dolor en Abraham.
Los personajes ataviados con ligeras prendas decoradas por la técnica del dorado muestran gran parte de su cuerpo desnudo donde el artista plasma un perfectísimo encarnado de gran naturalidad, el canon es alargado propio del manierismo y los rostros se tuercen en muecas de terror en Isaac y dolor en Abraham.
El retablo de San Benito fue custodiado por el Estado debido
al proceso de desamortización y hoy sus obras están albergadas en el Museo
Nacional de Escultura de Valladolid, la magnificencia de la obra queda patente
en el hecho de que hoy, ya desmontado, las obras que lo componían ocupan cuatro
plantas del museo.
SANTO ENTIERRO DE JUAN DE JUNI
Nos encontramos frente a una labor escultórica realizada
sobre madera policromada, en la que destaca sobre todo el color dorado. Como
vemos, aparecen siete personajes representados, los cuales están
individualizados y cada uno representa una acción. Nos llama la atención que
uno de ellos parece estar dirigiéndose al público que lo observa.
Esta obra es, concretamente, el Entierro de Cristo hecho por
Juan de Juni, en el periodo de tiempo transcurrido entre 1541 y 1543. El
material sobre el que se ha esculpido esta obra es madera de nogal. El grupo
mide 325 cm de anchura y 160 de profundidad. La altura de cada personaje es la
siguiente: Cristo yacente, 200 cm; María Salomé, 190 cm; María Magdalena, 168
cm; San Juan, José de Arimatea y Nicodemo, 140 cm; y la Virgen, 132 cm.
Esta escultura se encuentra en el Museo Nacional de
Escultura, Valladolid (España). Su precio fue de 12100 reales.
Esta obra fue encargada por el cántabro franciscano fray
Antonio de Guevara, obispo de la diócesis de Mondoñedo, para su capilla
funeraria que había mandado construir en el vallisoletano convento de San
Francisco. El emplazamiento original en forma de retablo fue destruido, pero el
grupo mantiene el efecto escenográfico deseado.
La escena del Santo Entierro tiene su precedente en el
género del Llanto sobre Cristo muerto que Juni conoció durante su estancia en
Italia. Pero la composición que hace Juni y los valores estéticos de la madera
policromada la convierten en una obra maestra con mayor impacto visual que los
modelos italianos. La colocación en el sepulcro, como un episodio congelado de
teatro sacro, tuvo un gran éxito en Europa, y de forma muy especial en el área
borgoñona, donde se formó Juni; se puede encontrar cantidad de ejemplos de
calidad tanto en Francia, como en Italia y en España.
La escena, formada por siete figuras de tamaño algo mayor
que el natural, recoge el momento del Santo Entierro del cuerpo de Jesús. Tiene
una distribución clásica: la figura de Cristo se erige en eje central
(expresivo y compositivo), a partir del cual se establecen los personajes
secundarios en un ritmo totalmente simétrico.
Cristo, tendido en el centro sobre el sudario, y preparado
ya para su entierro, reposa sobre un ataúd en cuyo centro hay una leyenda en la
tarjeta: “Nos in electis sepulchris nostris sepeli mortuum tuum” (sepulta a tu
difunto en la mejor de nuestras sepulturas), y los escudos de fray Antonio de Guevara.
Tiene la cabeza girada hacia el espectador. Es una cabeza propia de un dios
helénico; el cuerpo es hercúleo, atlético, con una anatomía miguelangelesca. Le
cubre un paño de pureza anudado. Como rasgo de verismo, aparece la sangre del
costado aún reciente.
La Virgen, arrodillada y con el torso inclinado hacia
Cristo, presenta en el rostro las lágrimas y la expresión de dolor y
resignación; efecto reforzado por la colocación de las manos a media altura en
gesto de desamparo. Sobre su pecho cruza el brazo de San Juan, que le sujeta
casi en un abrazo. Estas dos figuras siguen la iconografía tradicional de la
“Compasio Mariae”.
A la izquierda se encuentra José de Arimatea, hombre maduro
y sin barba, con una rodilla clavada en tierra. Viste un rico turbante con una
joya sobre la cabeza. La figura gira su tronco hacia el espectador, lo que
permite contemplar de frente su rostro, con facciones muy marcadas, arrugas y
un gesto entre desesperado y acusador. Su mano izquierda se acerca a la cabeza
de Cristo, cubierta reverencialmente con un paño, de la que ha extraído una
espina que muestra al espectador en su mano derecha, denunciando en su gesto el
dolor de la tortura. Su postura introduce al espectador en la escena y le hace
partícipe de ella con un recurso utilizado por muchos artistas del
Renacimiento.
Detrás de José de Arimatea y junto a San Juan está, de pie,
María Salomé. Sujeta la corona de espinas, apoyada sobre la cinta utilizada en
el descendimiento. Su mano derecha está levantada y sujeta un pañuelo con el
que ha limpiado a Cristo. Sigue un movimiento helicoidal con el tronco girado
violentamente. Su rostro corresponde al de una mujer madura, con facciones muy
marcadas y lágrimas en las mejillas.
A la derecha aparece Nicodemo, hombre maduro y barbudo, con
una rodilla en tierra. En su mano derecha levanta un paño con el que ha
limpiado el cuerpo a Cristo mientras con la izquierda sujeta un ánfora con
ungüentos. Su cabeza, elevada hacia lo alto, presenta un gran clasicismo y
claras reminiscencias del Laocoonte, con una poblada y larga barba y gruesos
mechones en el cabello que se sujetan con una cinta anudada.
Detrás, de pie, está María Magdalena, con la cabeza
inclinada hacia los pies de Cristo, el brazo izquierdo levantado con el tarro
de perfumes y el derecho hacia abajo, con los dedos envueltos entre un pañuelo
que acerca con delicadeza a los pies de Jesús. Es una mujer joven de gran
belleza, con un sugerente vestido y un rico tocado de tres capas en el que
destaca un turbante dorado con una joya al frente. Es la figura más italiana
del grupo, con una monumentalidad y un movimiento que remite a los diseños de
las sibilas de Miguel Ángel.
En esta obra, intensamente dramática, son apreciables los
orígenes borgoñones de Juni, la influencia italiana y el conocimiento que tiene
de la obra de Miguel Ángel, del que toma prestado su sentido monumental de la
proporción además de algunas expresiones de los rostros (conoció el grupo
escultórico del Laocoonte).
Es importante el uso que hace de la policromía, con un
variado repertorio técnico, con la que refuerza el dramatismo de las diversas
escenas. Es notable el uso que hace de ella en el rostro de Cristo muerto así
como en las llagas y heridas que cubren su piel, en los que la cuidada
carnación resalta en tonos violáceos las partes tumefactas del cuerpo
torturado. Alcanza, así, un alto grado de verismo. Tanto en los vestidos como
en el calzado las figuras presentan exquisitas labores de estofado.
Las figuras son de mayor tamaño que el natural y están
tratadas de manera monumental con una gran corporeidad. La fuerza que desprende
cada uno de los personajes nos remite a la terribilitá miguelangelesca que Juan
de Juni podría haber conocido en Italia. La monumentalidad de las figuras está
remarcada por los ampulosos pliegues redondeados de sus vestiduras y sus
posturas son teatrales, en algunos casos con potentes escorzos y muy
torsionadas. Así el escultor pretende trasmitir al espectador el sentimiento de
dolor y tensión del momento.
La habilidad del maestro francés para dotar de realismo y
teatralidad a las figuras está muy relacionada con su forma de tallar la madera
y policromarla. En este sentido merece especial mención tanto la encarnación de
las figuras como el exquisito estofado del conjunto. Las corpulentas figuras
aparecen envueltas en voluminosos ropajes con pliegues muy redondeados que
presentan una blandura mórbida que recuerda el modelado en barro, así como una
tensión de músculos y nervios de inspiración miguelangelesca para expresar
actitudes vehementes.
Cada una de las figuras ofrece una composición manierista
radicalizada, con cuerpos contorsionados y retorcidos sobre sí mismos, como
interpelando al espectador. Son posturas anticlásicas en las que predomina la
línea sinuosa. Sin embargo, el conjunto resulta tremendamente expresivo y
dramático, sabiamente estructurado y con una carga teatral que ya preludia el
barroco (a pesar de la fuente clasicista en la que se inspira).
Por todo ello, el Santo Entierro de Juni se coloca entre las
invenciones más expresivas del arte renacentista español.
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