Basándose en las ideas elaboradas en el helenismo, la
Roma clásica entenderá el arte como una forma de propaganda, tanto del poder
central como de los poderes locales, siendo su gran momento de inicio la época
de Augusto, y sus principales clientes los gobernantes, tanto de la República,
como sobretodo, los grandes emperadores.
Tanto la extensión del retrato, del relieve narrativo o las
grandes arquitecturas urbanas tienen un claro efecto propagandístico (el famoso
pan y circo) que mantenga tranquila a la población, reconociendo al poder
político como origen de estabilidad y bonanza económica que proporciona
múltiples servicios públicos.
En obras como el Acueducto de Segovia, podemos ver como
se une la utilidad con la grandiosidad
para reforzar el efecto propagandístico. La obra tiene una finalidad primera
claramente práctica y funcional, pero su belleza y grandiosidad refuerzan la
imagen del comitente, que de alguna manera (en otras ocasiones de manera
literal) está representado en la propia obra.
Los poderes locales invirtieran grandes sumas de dinero
en arte público (edificios de espectáculo, calzadas, arcos de triunfo,
foros...).
En el caso de los arcos de triunfo o las columnas
conmemorativas, la finalidad propagandística es la única existente
A un nivel más privado, las grandes familias (patricios y
plebeyas ricas) darán una gran importancia a los monumentos funerarios y
sarcófagos en donde familia y sujeto se representan para la fama eterna.
Curiosamente, durante todo el Imperio Romano existió una
doble tendencia en los clientes, vinculándose los gobernantes más cercanos al
mundo patricio (Augusto o Adriano) ponen sus ojos en la cultura griega,
mientras que los de una ideología más plebeya (Antoninos) lo harán hacia el
mundo etrusco.
En cuanto a los artistas y su consideración, a lo largo
de la historia, al igual que variaban los gustos y finalidades del arte, lo
hizo también la dependencia del artista y su valoración social.
Desde los orígenes del arte, hasta el Renacimiento, el
artista ha dependido del demandante de la obra o de la sociedad a la que se
dirigía. Era considerado un artesano que realizaba un oficio mecánico. Sólo en
la Grecia Clásica se le atribuyeron especiales cualidades estéticas y
habilidades que le permitían crear y buscar el ideal de belleza, en una actitud
sólo cercana a los dioses. De ahí la fama de artistas como el escultor Fídias,
los arquitectos Ictinos y Calícrates o el pintor Apeles. Sin embargo en Roma,
si tenemos en cuenta que en muchas ocasiones los artistas se limitaban a copiar
o imitar las obras griegas y que eran considerados meros artesanos, la fama se
la llevan las obras y los comitentes, pero el nombre de los autores queda en el
olvido. Valga como ejemplo la siguiente comparativa:
En Grecia recordamos el Doríforo de Policleto, Los
relieves de Fidias; e incluso cuando hablamos de obras como el teatro de
Epidauro, nos ha llegado el nombre de su arquitecto, en ese caso Policleto el
Joven. Sin embargo en Roma, pensemos en algunas obras: El arco de Tito, la
columna de Trajano, o el Panteón de Agripa. Mientras que sus comitentes son tan
famosos como las obras que encargaron, sus autores nos son totalmente
desconocidos.
Podemos concluir, por tanto, que hasta el Renacimiento
los artistas no comenzaron a empezar a estar verdaderamente valorados como algo
más que meros artesanos. La llegada del humanismo, la nueva sociedad antropocéntrica
así como la valoración del ser humano y el espíritu universal de hombres como
da Vinci favorecieron ese cambio, que dejó huellas muy claras en ejemplos
concretos, como la anécdota de Miguel Ángel que se atreve a firmar su Piedad en
la banda que cruza el pecho de la Virgen, reivindicando su valía y demostrando
su autoría.
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