jueves, 19 de julio de 2018

B1.11. Específica quienes eran los principales clientes del arte romano, y la consideración social del arte y de los artistas

Basándose en las ideas elaboradas en el helenismo, la Roma clásica entenderá el arte como una forma de propaganda, tanto del poder central como de los poderes locales, siendo su gran momento de inicio la época de Augusto, y sus principales clientes los gobernantes, tanto de la República, como sobretodo, los grandes emperadores.
Tanto la extensión del retrato, del relieve narrativo o las grandes arquitecturas urbanas tienen un claro efecto propagandístico (el famoso pan y circo) que mantenga tranquila a la población, reconociendo al poder político como origen de estabilidad y bonanza económica que proporciona múltiples servicios públicos.
En obras como el Acueducto de Segovia, podemos ver como se  une la utilidad con la grandiosidad para reforzar el efecto propagandístico. La obra tiene una finalidad primera claramente práctica y funcional, pero su belleza y grandiosidad refuerzan la imagen del comitente, que de alguna manera (en otras ocasiones de manera literal) está representado en la propia obra.
Los poderes locales invirtieran grandes sumas de dinero en arte público (edificios de espectáculo, calzadas, arcos de triunfo, foros...).
En el caso de los arcos de triunfo o las columnas conmemorativas, la finalidad propagandística es la única existente
A un nivel más privado, las grandes familias (patricios y plebeyas ricas) darán una gran importancia a los monumentos funerarios y sarcófagos en donde familia y sujeto se representan para la fama eterna.
Curiosamente, durante todo el Imperio Romano existió una doble tendencia en los clientes, vinculándose los gobernantes más cercanos al mundo patricio (Augusto o Adriano) ponen sus ojos en la cultura griega, mientras que los de una ideología más plebeya (Antoninos) lo harán hacia el mundo etrusco.
En cuanto a los artistas y su consideración, a lo largo de la historia, al igual que variaban los gustos y finalidades del arte, lo hizo también la dependencia del artista y su valoración social.
Desde los orígenes del arte, hasta el Renacimiento, el artista ha dependido del demandante de la obra o de la sociedad a la que se dirigía. Era considerado un artesano que realizaba un oficio mecánico. Sólo en la Grecia Clásica se le atribuyeron especiales cualidades estéticas y habilidades que le permitían crear y buscar el ideal de belleza, en una actitud sólo cercana a los dioses. De ahí la fama de artistas como el escultor Fídias, los arquitectos Ictinos y Calícrates o el pintor Apeles. Sin embargo en Roma, si tenemos en cuenta que en muchas ocasiones los artistas se limitaban a copiar o imitar las obras griegas y que eran considerados meros artesanos, la fama se la llevan las obras y los comitentes, pero el nombre de los autores queda en el olvido. Valga como ejemplo la siguiente comparativa:
En Grecia recordamos el Doríforo de Policleto, Los relieves de Fidias; e incluso cuando hablamos de obras como el teatro de Epidauro, nos ha llegado el nombre de su arquitecto, en ese caso Policleto el Joven. Sin embargo en Roma, pensemos en algunas obras: El arco de Tito, la columna de Trajano, o el Panteón de Agripa. Mientras que sus comitentes son tan famosos como las obras que encargaron, sus autores nos son totalmente desconocidos.

Podemos concluir, por tanto, que hasta el Renacimiento los artistas no comenzaron a empezar a estar verdaderamente valorados como algo más que meros artesanos. La llegada del humanismo, la nueva sociedad antropocéntrica así como la valoración del ser humano y el espíritu universal de hombres como da Vinci favorecieron ese cambio, que dejó huellas muy claras en ejemplos concretos, como la anécdota de Miguel Ángel que se atreve a firmar su Piedad en la banda que cruza el pecho de la Virgen, reivindicando su valía y demostrando su autoría.

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